La nueva gestión presidencial tiene el desafío de aplicar cambios profundos y urgentes para que vuelva a ser fácil comprarle y venderle a la Argentina.
La administración saliente –encabezada por Alberto Fernández y su ministro de economía Sergio Massa– finalizó su gestión sin dar señales de haber comprendido los estragos de su accionar sobre el comercio exterior del país (y particularmente, sobre las relaciones entre empresas argentinas con sus clientes y proveedores externos).
Como ejercicio de objetividad, corresponde recordar que la gestión anterior –bajo el mandato de Mauricio Macri e ideológicamente opuesta– también tuvo desatinos; aunque derivados principalmente de ejecutar medidas correctas sobre bases poco sustentables.
Ahora bien, más allá de las circunstancias contextuales que tuvo cada gestión, la gran diferencia entre ambas ha sido el horizonte marcado (el “hacia dónde”) y las justificaciones discursivas (el “por qué”) de las medidas tomadas para gestionar el comercio exterior.
La variante argentina
No es necesario evocar el siglo 20. Tan sólo con poner la lupa sobre las últimas dos décadas se puede concluir que exportadores, importadores, despachantes de aduana, agentes de carga, y los profesionales del sector en general, llevan años obligados a malgastar tiempo y energía en adaptarse a un escenario de reglas internas cambiante, donde hasta el más cuerdo se volvería loco.
El 10 de diciembre de 2023 se cerró una etapa repetida de administración del comercio exterior, con efectos muy perniciosos, que parecía basada en ciertos principios o postulados básicos que le sirvieron de guía:
- Exportadores e importadores siempre tienen la culpa de algo
- La estabilidad de las reglas de juego no es necesaria
- El comercio exterior siempre sirve como palanca de ajuste macroeconómico
Desideologizar el comercio internacional
El rumbo, la tendencia y la velocidad del comercio global son los mejores indicadores de que lo que la Argentina tiene que corregir en materia de comercio exterior es mucho, urgente y profundo.
En un escenario de tales características resulta casi inevitable fundamentar, analizar y juzgar la realidad en términos ideológicos. Pero hoy más que nunca resulta clave no caer en preceptos dogmáticos, que no hacen otra cosa más que limitar y someter el sentido común.
Porque las cuestiones de mayor prioridad e importancia que la Argentina tiene que corregir son tópicos que ya ni siquiera se debaten en las economías emergentes y desarrolladas.
La complicación de comprarle y venderle a la Argentina se ha desprendido principalmente de restricciones de corte técnico-operativo, con impacto comercial, en los dos flujos del comercio internacional:
- Exportaciones: prohibiciones, plazos para ingreso de divisas, derechos aduaneros, etc.
- Importaciones: aprobación de licencias, pagos proveedores, etc.
Para entender en qué consiste este ejercicio de conferir mayor pragmatismo al comercio internacional, podemos tomar como ejemplo dos cuestiones, relacionadas a importaciones y exportaciones.
“La maldición de exportar alimentos”
Hace unos años, una legisladora kirchnerista no había hecho más que explicitar un pensamiento que, se sabe, orada en la mente de sus referentes políticos: las exportaciones generan inflación porque desabastecen el mercado local e impiden desacoplar los precios internos de los precios internacionales.
¿Se imaginan al gobierno español prohibiendo las exportaciones de aceite de oliva como medida para combatir la inflación?
En la Argentina, la gestión de Alberto Fernández lo hizo con la carne, sin el más mínimo miramiento sobre las consecuencias de incumplir contratos con clientes de mercados externos que al sector privado puede haberle llevado años desarrollar.
Expresarse en contra de prohibir exportaciones no es entonces una cuestión de ideología liberal, neoliberal, capitalista o de economía de mercado. Es lisa y llanamente una cuestión de sentido común: no se puede atentar contra quienes generan ingreso legal y genuino de divisas.
Quid pro quo
Esta locución en latín («algo por algo») aplicada al comercio internacional significa que debemos abrirnos al mundo para que el mundo se abra a nosotros.
No debemos abrirnos al mundo porque suene muy “liberal”, sino porque ya está harto comprobado que las economías más abiertas son más modernas, competitivas y con niveles de desarrollo socioeconómico más sostenido en el tiempo.
Es clave que vuelva a ser fácil venderle a la Argentina. No sólo para que su industria reciba como contrapartida la apertura de mercados externos, sino también para que tenga acceso, con certidumbre de tiempos y costos, a los mejores insumos y tecnología del exterior.
Pensemos sino en cómo fueron las cosas durante la última gestión. Situémonos por un momento en los zapatos de ese proveedor de productos o de servicios al cual su cliente argentino, contra su propia voluntad, le ha estado incumpliendo el pago.
Partiendo de un concepto microeconómico básico, como que la capacidad de suministro es limitada, y considerando la necesidad de toda empresa de equilibrar entre prioridades comerciales y financieras, ¿a qué clientes le ofrecerá mejores condiciones de pago, mejores precios y mejores plazos de entrega? ¿A uno de la Argentina? ¿O a uno de Brasil, México, España o Colombia, respecto a los cuales sabe que están en un escenario más sensato, que les permite cumplir sus compromisos?
El comercio exterior lo multiplica todo
Es un desafío mayúsculo dejar atrás toda una batería de restricciones operativas y comerciales que han dejado mal posicionadas a las empresas argentinas ante el mundo; menoscabando su imagen y poder de negociación al generar que sus contrapartes extranjeras se sintieran maltratadas por incumplimientos y demoras.
Corregir esa realidad desde un enfoque pragmático, implicará para la nueva gestión tener el buen tino para saber acelerar o desacelerar cambios según lo que dicte la realidad y no el dogma.
Se debe retomar el camino que se había iniciado entre 2015 y 2019, pero priorizando la sostenibilidad de las medidas en el tiempo, aun cuando eso implique que en el corto plazo ciertos cambios no vayan a la velocidad ideal.
¿Por qué? Porque el comercio internacional siempre multiplica por dos todas las variables que impactan la gestión comercial y operativa de una empresa: marcos normativos, culturas de negocios, husos horarios, idiomas, divisa, competidores, políticas cambiarias, acuerdos comerciales, etc.
Entonces, si a los vaivenes propios de los mercados internacionales, se le suma la inestabilidad interna de reglas de juego, el resultado es un escenario donde la toma de decisiones de negocios es casi misión imposible. Y por el bien del comercio exterior argentino, no se debe volver a someter al sector privado a un escenario de tales características.
Nota publicada en Diciembre 2023 en el portal Trade News (click aquí para ver).
Por Lic. Gino Baldissare
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